LUXOR DESDE EL AIRE
Una de las cosas por hacer en mi “TO DO List”, era: Volar en Globo. Y esos deseos te hacen fantasear con el día que lo harás. Me imaginé que esto sucedería, quizá en otro lugar. El primer lugar que venía a mi mente era Capadocia, en Turquía, pero ese destino aun no está en mi itinerario.
Cuando en la planificación de mi viaje a través de Egipto, encontré en Luxor la posibilidad de realizar el vuelo en globo, no lo dude. Además, que viviría la sensación de flotar en el aire por mucho mejor precio que en otros lugares del planeta. Egipto es mucho más económico.
Era mi primera noche en Luxor, después de un día agotador recorriendo los templos, de la travesía por El Cairo y mi viaje desde Santiago de Chile. Con suerte había dormido unas 4 horas en los últimos 3 días. Estaba agotado, pero la emoción de lo que iba a vivir me mantenía alerta.
Aun así, a las 5 de la mañana, ya estábamos cruzando el Nilo en faluca hacia la costa occidental.
1, 2, 3…. ¡El show comenzó!
Ver como los enormes balones toman forma e iluminan la noche, desde ya es un espectáculo impresionante y tus latidos suben a mil.
El ritmo relajante del andar del Globo, el silencio apenas interrumpido por la llamarada que nos mantiene a flote o los clicks de las cámaras, dan un entorno etéreo que embriaga.
La vista en 360 de la orilla oeste de Luxor, el misticismo de la panorámica del Valle de los Reyes y el Templo de Hatshepsut, los colores que hipnotizan del amanecer inminente,
la cuidad que despierta en medio de la neblina, todo el conjunto crea el marco perfecto para una de las sensaciones más bonitas que he vivido.
Y allí suspendido en el aire, el espíritu se pone liviano, te sientes en conexión con todo lo que rodea y la belleza de lo que tus ojos ven te invade los poros.
Aun si, a mi cabeza venían entonces todos esos seres especiales que acompañaron mi ruta a lo largo de mi vida, familia y amigos, que siempre me alentaron y apoyaron y que no me cabe duda, sin ellos quizá no estaría aquí.
El tiempo se aletarga y la atmosfera mágica que te abraza, te la quieres llevar contigo para siempre.
Pero nada es eterno y llega el momento del descenso.
El sol radiante me da los buenos días y me dice al oído: ¡Oye! ¡No te olvides de vivir!
Y así fue, me voy con el objetivo cumplido, ¡en plenitud, agradecido y feliz!